Sevilla es más que un conjunto monumental. Sobrepasa su propia historia. Para entenderla, hay que pasearla. Podemos hacerlo, a partir de este hermoso lugar. Además de sus bellos monumentos o históricas piedras, cuenta con inolvidables rincones, plazas, callejuelas, que unidas al olor a azahar o jazmín y al sonido de sus fuentes, cautivan al paseante... Y lo trasladan siglos atrás.
El entramado de calles, la cal de sus fachadas... las flores en sus balcones, hacen de ella, una ciudad irrepetible. Arte romano, árabe, mudéjar, gótico, barroco, plateresco, regionalista, costumbrista... modernista. Refundidos en algo único. Un bello capricho de la historia, para disfrutar, simplemente, contemplándola. Desde un balcón sevillano. O desde uno de los miradores de este espléndido edificio.
Ocio y trabajo. Fiesta y folclore. Un pueblo laborioso, forjado en una forma peculiar de vivir la vida. De entenderla. De disfrutarla en un paseo, a la orilla del río. O en la contemplación de su infinita belleza. Pueblo abierto hacia fuera. Acogedor, desde dentro. Orgulloso de las maravillas que heredó. Cultura y tradición únicas.
Feria de Abril: manzanilla, albero. Caballo y amazona. Farolillos, traje de gitana... sevillanas. Calle del infierno, algodón de azúcar y Portada Principal. Tarde de toros, a dos pasos de la vivienda. Mantillas blancas y largos olés. Semana Santa, según Sevilla: barroco, historia, incienso y azahar. Tambores y trompetas. Costaleros, penitentes. Cruz de guía. Ciriales, palio y levantá. Mantilla. Balcón de un bello edificio y Nodo. Joya maestra de nuestro Siglo de Oro... Antes incluso... Martínez Montañés, Roldana, Mena y Lastrucci.
Explosión de arte y devoción única, como sólo sabe entenderla el pueblo de Sevilla.
Cruces de mayo: chiquillería y geranio. Rocío: Hermandad de Sevilla y Triana. Simpecado, caballos y bueyes, para honrar a la Blanca Paloma, más allá de las marismas.
Corpus Christi: pétalo y tradición que, junto al Jueves Santo y la Ascensión, brilla y reluce más que el sol. Inmaculada: Tierra de María Santísima. Plaza y Tuna. Noche de luna llena y clavelitos.
Calle Sierpes, trasiego y tiendas de toda la vida. La primavera (azahar y jazmín), redescubierta en un coche de caballos...Y pequeñas plazas y callejones escapándose a su paso. Palacio Arzobispal, San Telmo, Fábrica de Tabacos, hoy Universidad. Alfonso XIII, Jardines de Cristina... Venerables, Hospital de la Caridad y Valdés Leal. Teatro de la Maestranza. Ciudad inspiradora de óperas, de cuentos... de sueños árabes y cristianos. Ilusiones sevillanas. Carmen, El Barbero... Don Juan... Una pura maravilla, para vivirla desde un edificio único.
Sus fiestas, su color... Mucho más. Para conocer Sevilla, hay que disfrutar de sus barrios: el de Santa Cruz: antigua judería, calles estrechas, paredes blancas. Fachadas simples de impecable composición con el forjado de las rejas de sus ventanas. Antesala de un patio de mármol, columnas, azulejos, fuente central y un naranjo... Y el jazmín y la dama de noche. Plantas obligadas. Triana, contemplada desde el salón de la vivienda, reflejándose en el río: barrio antiguo, alfarero. Cerámica y pescaito frito. Y al fondo, la calle Betis. Virgen dolorosa de mil nombres, estrella y esperanza nuestra, Madre que llora por su Hijo expirante... muchos nazarenos. Chiquillería gozosa de un Domingo de Ramos. Cuna de buenos toreros. Desde cuyo Puente de Isabel II, se asoma la Plaza de Toros de la Maestranza, templo supremo. San Bernardo. Puerta de Carmona. San Gil. Encarnación...
Postigo, Plaza de San Francisco, Ayuntamiento, Adriática y Gran Hotel de la Plaza del Sacrificio (otros dos bellos caprichos de Espiau), Palacio Arzobispal. Y el barrio del Arenal, en su centro histórico y monumental: Baratillo y Piedad. Frontera de las antiguas Sevilla y Triana.
La defensiva Torre del Oro, ahora, Museo Naval, vista desde el mirador del edificio. Construida en 1221 por el último gobernador almohade y almacén de tesoros, provenientes de las Indias. Desde su pie y hasta la otra orilla, corría una cadena, que cerraba o abría la entrada al puerto. Y en su portal de entrada... dos cañones de bronce.
Y a un paso de la casa: la Giralda, el más emblemático de los minaretes árabes, convertido en torre cristiana por el rey santo y símbolo de la ciudad. Otra sus maravillosas vistas. Pura armonía... Mirando de cerca a los Reales Alcázares, Archivo de Indias y su Catedral gótica, la tercera del mundo cristiano. Aquella a la que se añadió, en su real orden de construcción, una nota que decía: “que los que nos vieran facerla, pensaren que estamos locos”. Altar Mayor, Virgen de los Reyes y capilla con su nombre. Miserere. Seises bailando al Santísimo Sacramento. Patio de los naranjos. A cinco minutos de la vivienda.
Y el Parque de María Luisa. Joya romántica de la jardinería. Con sus fuentes y rincones únicos. Como la grandiosa Plaza de España o el Pabellón Mudéjar, entre otros bellísimos edificios de 1929. La plaza de América y sus palomas. Los Jardines de Murillo, bordeando las murallas antiguas de la ciudad, una noche de Martes Santo.
Mezcla de culturas. Historia. Grandiosidad. Se llenarían demasiadas páginas, con la enumeración de sus tesoros. Romanos y fenicios, Hércules y sus columnas, Itálica e Híspalis, Argantonio y el Carambolo... la legendaria Tartessos. Taifa de las mil y una noches... Ni los versos de Almutamid, rey y poeta, pueden hacer justicia.
Pero Sevilla es también una ciudad moderna, dotada de las más completas infraestructuras: ave, aeropuerto, red de trasportes, futuro metro, circunvalaciones, puentes, centros de negocios, hoteles, universidad, zonas verdes, parques de ocio y de atracciones, Isla Mágica, centros comerciales, de convenciones, teatros y mucho más.